Así
titulaba un profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Alicante, cuyo
nombre no recuerdo y a cuyas clases no tuve la suerte o la desdicha de asistir,
un artículo de su autoría publicado en el diario Información de Alicante hace algunos
años. Me llamó mucho la atención, pues yo mismo había venido reflexionando
sobre el asunto desde hacía mucho. Tras una serie de descartes de las
respuestas más tópicas que cabría imaginar a tal pregunta, el hombre, desde su
razonamiento prejuicioso y condicionado (el departamento de Derecho Constitucional de la citada universidad al completo -no me consta ninguna excepción-
se adscribe a la izquierda del ideario político, desde la social-democracia -pocos-,
hasta el rojerío y/o feminismo confesos -expresa o tácitamente-. Muy revelador
ver a la “moderada” Mar Esquembre -con ésta si di clases- posando puño en alto
ante un monumento a Marx), acababa concluyendo que ser derechas significa algo
así como ser inmovilista\tener miedo a los cambios, creo recordar. Lo que se
viene llamando un disparate, vamos. Yo
se lo explicaré, profesor, porque su conclusión viene a ser algo así como la que
podría elevar Pedro Sánchez acerca de las luces del gobierno de Aznar o Pablo
Iglesias acerca de las virtudes de la economía de mercado. Pura visión objetiva
e incondicionada, vamos.
Empezaremos,
como hizo el dogmático, por los descartes. A
priori puede parecer sencilla, por obvia y de de cajón, la
pregunta que da título a este artículo, pero lo cierto es que todas las comunes
que suelen darse suponen una serie de tópicos y lugares comunes que, realmente,
poco o nada tienen que ver con una
derecha pura o auténtica. Todos ellos tienen algo de la esencia derechista,
pero se pierden en desviaciones que les acaban llevando a puertos bien
distintos de aquéllos en que ésta atraca.
Ser
de derechas implica ser ultranacionalista, un sentimiento de patriotismo
exacerbado.
Falso. ¿Cómo encajaría en esa afirmación el liberalismo o el neoliberalismo? La
derecha del Capital, la de las multinacionales que únicamente se rigen por
criterios de mercado, el capitalismo más feroz y despiadado, pasando por encima
e imponiéndose a menudo a los estados, débiles (cada día más) la mayoría de
ellos ya para proteger sus intereses y los de sus nacionales frente a los de
aquéllas.
Ser
de derechas significa estar de parte del Capital.
Falso. ¿Cómo cuadraría eso con los fascismos, nazismo, etc, que fueron movimientos
obreros, socialistas, sindicalistas y ferozmente anticapitalistas?
Ser
de derechas significa estar de parte del Poder.
Falso. ¿Son de derechas los prochavistas venezolanos, los castristas cubanos,
los comunistas coreanos… que a apoyan y secundan los regímenes dictatoriales o
cuasi dictatoriales de sus países?
Ser
de derechas significa ser conservador. Difícilmente.
¿Es conservadora la política de los operadores del mercado, en permanente
búsqueda de novedades que permitan romperlo para obtener con ello una ventaja
sobre los competidores? Por otro lado, como bien apuntaba el profesor en su
artículo, hay grupos de izquierda que se
caracterizan por su labor en defensa y para la conservación de determinadas tradiciones
culturales.
La
gente de derechas es ultracatólica. ¿Y los WASP (White Anglosaxon and Protestant, siglas que designan al
americano perfecto según determinados grupos de la extrema derecha
estadounidense?)? Hitler concibió a la Iglesia Católica como su mayor y último
enemigo. Alguien podría replicar: “OK,
ultrareligioso. Cada cual según su
religión”. Sin embargo, los nacional-socialistas alemanes no abrazaron
ningún credo y muchos neoliberales son ateos. Nietzche, cuya filosofía fue base esencial para aquéllos, lo
fue ferozmente.
La
gente de derechas es inmovilista, teme los cambios,
como concluía el profesor. ¿En serio? ¿Cree alguien que los nazis encajaban en
esa definición? De hecho, buscaban dar forma una nueva Europa, rompiendo con
todo lo que había venido asentándose
durante los últimos siglos? ¿No se caracteriza la economía de mercado
por sus continuas revoluciones de éste merced a la aparición de nuevos
productos y tecnologías?
Algunas
de estas afirmaciones reflejan parte de la esencia de la derecha, si bien, como
vemos, ninguna permite definir a las distintas manifestaciones de la realidad
derechista de forma unitaria. ¿Qué
tienen en común los nazis de la Alemania de Hitler, los liberales de la
Revolución Industrial, los conservadores de Ángela Merkel o Margaret Thatcher,
los hebreos antipalestinos, los demócratas norteamericanos…? Como veremos,
existe un mismo tronco del que parten todas estas ramas.
La
Derecha sostiene una concepción de la realidad que puede concretarse como
darwinismo social, mayor o menormente corregido, según se adopte un
posicionamiento más centrado o más extremista, por la intervención de la
racionalidad humana. Es el ensalzamiento del fuerte frente a la defensa del
débil de la Izquierda. Pero ello no debe confundirse con la defensa del Capital
o el estar de parte del Poder de que hablábamos antes, lo cual resulta
malinterpretación y desviación del principio derechista, ya que también hay
individuos débiles en el poder o ricos. En definitiva, se trata del
posicionamiento a favor del triunfador, opuesto al apoyo izquierdista al perdedor
–los parias de la Tierra de que habla La Internacional-.
La
sociedad humana no es más que una manifestación más de la realidad en que permanecemos
sumidos todos los seres vivos, y por tanto está regida por las mismas leyes que
ésta, las cuales imponen la competencia por unos recursos limitados. Ello
determina el triunfo de los mejores, entendido el concepto como los más
competitivos y mejor adaptados, frente a los menos competitivos o peor
adaptados. A partir de esto, podemos comenzar a construir nuestro modelo
teórico, que vendría a ser algo así:
EXTREMA DERECHA:
Condena la debilidad y abandona totalmente al débil a su suerte. Supone el
desentendimiento de los problemas ajenos (hambre, enfermedad, carencias,
dificultades económicas…) y la insolidaridad más brutales. Es la Ley de la Selva.
Los individuos deben competir entre ellos. Los mejores triunfan y los peores se
hunden. Sin más. El Estado no debe intervenir, sino dejar que las cosas sigan
su curso natural. No hay lástima ni obligación alguna de ser altruista ni
sensible al drama de los enfermos, los desempleados, los arruinados…
DERECHA MODERADA:
Condena la debilidad, pero no abandona al débil. No obstante, su apoyo a éste no
es ilimitado. Hay que ayudarle para que pueda llegar a convertirse en fuerte,
pero él por su parte debe aprovechar el apoyo que se le presta, pues no será
eterno, y si no consigue salir adelante con éste, no quedará más remedio que
abandonarlo a su suerte. No se le niega ayuda, pero se le ofrece, por ejemplo (el
número es tan sólo conjeturación mía a efectos ilustrativos), una sola
oportunidad que tendrá que aprovechar al máximo, pues no tendrá otra y tras
ello habrá de continuar el vuelo por sí mismo y con sus propias fuerzas, sin
más ayudas en caso de que vuelva a fracasar.
CENTRO:
Vendría a ser una combinación entre la anterior y la siguiente, con exclusión
de determinadas premisas de ambas. Por ejemplo: no condena la debilidad, pero
tampoco ofrece tantas oportunidades como la izquierda moderada.
IZQUIERDA MODERADA:
No condena la debilidad y no abandona al débil. No obstante, su apoyo tampoco
es ilimitado, pues la Sociedad no puede permitírselo. Sí sería más prolongado
en cambio que el brindado por la derecha moderada –digamos que cabría
ofrecerle, por ejemplo (seguimos teorizando), hasta tres oportunidades-.
Tampoco hay concepto de que sea necesaria una conversión en fuerte, sino tan
sólo alcanzar un mínimo que permita sobrevivir por sí mismo. En caso de
fracasar a pesar de todo, hay una mayor condescendencia que en el caso de la
derecha moderada, pero tampoco ilimitada.
EXTREMA IZQUIERDA:
No condena la debilidad y apoya incondicional e ilimitadamente al débil. Nunca
se le dejará caer y se le brindarán oportunidades sin número. Supone la
solidaridad más absoluta.
Evidentemente,
las posiciones extremas suponen la inviabilidad para cualquier sociedad. Sin solidaridad
(en mayor o menor grado) entre sus integrantes, ésta no puede prosperar y carece
de sentido. El ser humano se organizó en sociedades para aprovechar las sinergias
que aporta la colaboración entre individuos, organizándose para aprovechar los recursos
y protegerse frente a las adversidades. La Ley de la Selva es la del más fuerte.
Sólo piensa en el individuo y anula los mecanismos que permiten la colaboración
entre éstos para alcanzar un estadio superior de bienestar.
La
solidaridad sin límites por su parte, si bien a través de cauces distintos, viene
a derivar en el mismo resultado de inviabilidad social, pues sin selección no hay
evolución. La Sociedad quedaría estancada en un estadio básico, incapaz de evolucionar,
y lo que no evoluciona está condenado a extinguirse. Muchos individuos, sabedores
de que no se les va a abandonar a su suerte en ningún caso, dejarían de trabajar
y producir, dedicándose a vivir de las ayudas del Estado. Ayudas que supondrían
un lastre para éste que acabaría en su colapso, pues deberían ser costeadas por
la población productiva, que progresivamente iría reduciendo su volumen hasta resultar
insuficiente para cubrir el gasto, originando la implosión del sistema.
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